Conferencia «Empresa y sostenibilidad» en el Foro de Torrent

El termino sostenibilidad adherido al de empresa suele adoptar diferentes significados, si bien todos ellos pueden apuntar en la misma dirección cuando el medio en el que se mueve la empresa está informado por preocupaciones sociales y medioambientales, además de las estrictamente económicas. Se habla de competencias sostenibles para referirse al mantenimiento de un núcleo básico de capacidades que mantengan la posición competitiva de la empresa en el tiempo. Nos referimos al crecimiento sostenible como un proceso de crecimiento sin tensiones que lo pongan en cuestión y que se mantiene en el tiempo porque existen o se están creando las competencias y condiciones que permiten a la empresa seguir incrementando su cifra de negocios. Cada vez con más frecuencia se habla también de empresa sostenible o comprometida con el desarrollo sostenible, para referirse a aquella que ha apostado por una estrategia respetuosa con el medio natural y que desarrolla capacidades que le permiten producir más con menos recursos naturales y menor impacto medioambiental, al tiempo que impulsar y difundir buenas prácticas medioambientales.

Esta última es una concepción en la que la empresa trasciende sus objetivos tradicionales y se convierte en un actor del proceso, más global, al que se enfrenta nuestra sociedad como consecuencia de la amenaza que suponen los problemas medioambientales que nos acechan. Unos problemas que tienen su origen en la forma tradicional de producir y consumir, que han sido impulsados y alimentados por las políticas de desarrollo económico y las instituciones creadas a tal efecto en el mundo occidental, primero, y que han sido seguidas después por los países emergentes. Unas políticas e instituciones que han tenido por objeto desarrollar las capacidades económicas para satisfacer las necesidades humanas, pero que han olvidado los límites que impone la Biosfera, o la Casa Común, al propio proceso de producción y consumo. Unas políticas que hasta hace bien poco han recibido todos los parabienes porque venían a resolver el principal problema del hombre, la escasez y la pobreza, mediante el progreso económico impulsado por la capacidad emprendedora y apoyado en la tecnología.

Pero lo que es bueno a una escala determinada puede dejar de serlo cuando esta escala se sobrepasa y los costes del crecimiento superan sus beneficios y amenazan con hacer insostenible la continuación del crecimiento. Esto es lo que parece estar ocurriendo con el modelo tradicional de desarrollo, cuyo principal criterio rector ha sido el crecimiento y la elevación de la productividad del recurso humano a costa del agotamiento de muchos recursos naturales y la destrucción de ecosistema fundamentales para el normal funcionamiento de la Biosfera. La particularidad de estos activos es que son irreemplazables y de valor critico para una vida saludable y el futuro desarrollo de la especie humana, con lo que su disminución compromete el bienestar futuro, y en especial el de las futuras generaciones.

2. El lugar de la empresa en la transición hacia una economía ecológicamente sostenible.

Puesto que lo que se pone en cuestión en estos momentos es el modelo de desarrollo económico como proceso social, del que las empresas son actores encuadrados por fuerzas y tendencias que les superan, como lo son las instituciones, los gustos y preferencias de los consumidores, el desarrollo tecnológico o la competencia en los mercados, un cambio decisivo de tendencia sólo puede generarse desde instancias supraempresariales, es decir actuando sobre el marco institucional y la cultura, que son los que regulan los mercados y la evolución tecnológica. Esto no implica que las empresas no puedan influir en alguna medida individualmente en este proceso, o que no deban posicionarse; pero hay que ser conscientes de que la incidencia que el compromiso con la sostenibilidad medioambiental tenga sobre la estrategia y gestión de la empresa dependerá de la dirección y ritmo de los cambios del entorno, del que son responsables fundamentales fuerzas políticas y sociales de más amplio alcance.

Para comprender la cuestión del alcance del compromiso empresarial con el desarrollo sostenible es fundamental partir de los objetivos de las empresas. Aunque el sistema de objetivos varía con la visión, misión y fines de la empresa, la naturaleza de este tipo de organización hace de los beneficios no sólo un objetivo fundamental, sino una necesidad de supervivencia. Pero un proyecto empresarial ilusionante también hace del crecimiento un objetivo básico, toda vez que en una economía dinámica y abierta como la que nos ha tocado vivir, crecer es en general una necesidad para desarrollar competencias y solvencia que permitan competir en un mercado cada vez más competitivo y globalizado. Para cumplir con estos objetivos las empresas no pueden actuar a voluntad, sino atenerse a las condiciones del mercado (lo que los consumidores valoran), a la ecuación de costes y a las alternativas tecnológicas y sus costes de implantación y mantenimiento. En suma, la razón de ser de la empresa le impone unos objetivos que limitan su comportamiento, que a su vez resulta muy dependiente del entorno en el que funciona. No reconocer esto puede llevar a serios quebrantos económicos de gran impacto social y a políticas poco eficaces, cuando no perniciosas.

Los objetivos de las empresas no se reducen, sin embargo, al beneficio y al crecimiento. También la reputación de la empresa cumple una importante función económica, de ahí que su elevación constituya un objetivo importante de las empresas inteligentes en mercados competitivos. Los empresarios son, por otra parte, personas humanas y parte importante de la sociedad, en la que tienen responsabilidades y cumplen funciones sociales además de económicas, sin olvidar la pretensión humana de valoración y de reconocimiento social. En consecuencia, para muchos empresarios la consecución de influencia y reputación social es algo muy importante, lo que se traslada a los objetivos de la empresa. Normalmente cuanto más relevante es la empresa más se valoran estos fines. Pero de nuevo aquí las actuaciones que alimentan la reputación dependerán de lo que la sociedad valore, haciendo depender el comportamiento empresarial orientado por la reputación de los valores dominantes en el entorno, tanto del mercado como de la comunidad.

Para algunas empresas distinguirse de las demás o alcanzar el liderazgo en su sector y mercado constituye también un objetivo fundamental que emana de su visión y misión. Para conseguirlo debe apostar fuerte por la innovación y el desarrollo de las ventajas competitivas, manteniéndose siempre en la frontera tecnológica y siendo capaz de crear tendencia en el mercado coherente con los parámetros del entorno (valores y gustos dominantes, capacidad de compra, tecnología dominante, etc.). La diferenciación necesita de un nicho de mercado que la soporte, de un colectivo de consumidores que valoren lo que de especial aporta la empresa y estén dispuestos a pagar el precio correspondiente. Algunas empresas han hecho precisamente del compromiso con el medio ambiente un factor de diferenciación, como ha ocurrido con Body Shop en cosméticos o Pikolinos (Elche) en calzado. Pero este no es un mercado dominante aún, aunque en crecimiento. Algunas empresas han conseguido ser líderes y al mismo tiempo apuestan por el desarrollo sostenible, como IBM o Toyota, que han obtenido ventajas económicas y de imagen por este compromiso, aunque el liderazgo conseguido no se ha debido ha ello, si bien les ha permitido introducirlo como un factor de distinción y de anticipación a lo que las empresas lideres entienden que será una ventaja competitiva fundamental del futuro y por lo que vale la pena invertir y aprender.

La cuestión fundamental que quiero dejar clara es que el comportamiento de las empresas es de capital importancia para la sostenibilidad ecológica del sistema económico, pero que sus objetivos naturales no les llevan necesariamente a apostar por la sostenibilidad si el marco institucional y el mercado no las orienta, vía incentivos, en esa dirección; especialmente porque la tecnología y las prácticas limpias son, por el momento y a pesar de sus ventajas a largo plazo, más costosas en muchos casos que las tradicionales y requieren tiempo y aprendizaje para convertirse en una alternativa económicamente viable.

El problema se agrava, además, en el contexto de una economía globalizada en la que es muy fácil el dumping ecológico (las empresas que trabajan en países con un marco institucional ambientalmente más exigente tienen que asumir costes que no pagan las que lo hacen en países menos exigentes, aunque compitan en los mismos mercados) que en algunas actividades y mercados es muy difícil, sino imposible, de resistir.

Dicho en otros términos, la gran transformación tecnológica y cultural que supone el paso a una economía ecológicamente sostenible tienen que asumirla e impulsarla todos los actores de la sociedad:

  • Los actores públicos y políticos, comprometiéndose seriamente en la creación de instituciones que incentiven la introducción de tecnologías limpias, en la educación ambiental que promocione un nuevo sistema de valores y hábitos en la población, en el desarrollo de la I+D+i limpia que acelere el ritmo del cambio tecnológico de las tecnologías limpias y su eficiencia económica, y en una política de residuos orientada a maximizar la recuperación de los recursos que estos contienen y minimizar el residuo final vertido. Las políticas públicas deben ser diseñadas teniendo en cuenta criterios económicos, sociales y ecológicos.
  • Los ciudadanos, mediante el cambio de valores, hábitos y comportamientos, que por un lado fomenten el ahorro de recursos y minimicen los residuos e impactos y,  por otro, cambien los gustos y preferencias a favor de los procesos y productos más eficientes medioambientalmente. El desarrollo de la sociedad civil, la concienciación medioambiental y la educación en valores y buenas prácticas es fundamental.
  • Las empresas, mediante la integración del criterio de eco-eficiencia en el núcleo de la estrategia y la conversión de la calidad total (cero defectos y cero residuos) y la eco-innovación en los reguladores y motores fundamentales de la mejora y el desarrollo de las ventajas competitivas de la organización.
  • Las organizaciones de la sociedad civil (empresariales, sindicales, de consumidores, ciudadanas, ecologistas, etc.), haciendo labor de sensibilización, comunicación y apoyo al proceso aprendizaje de empresas, trabajadores, ciudadanos y políticos.

3. El desarrollo sostenible requiere de un cambio fundamental en el sistema económico y en la sociedad.

Como toda gran transformación, la construcción de una economía que respete los límites de la naturaleza es un largo y costoso proceso. En primer lugar porque según todos los indicadores significativos de calidad del entorno natural (concentración de dióxido de carbono, el principal generador del efecto invernadero, y otros gases en la atmósfera, perdida y degradación de los suelos, ritmo de desaparición de especies, evolución de los acuíferos, disminución de la superficie de bosques naturales, destrucción de ecosistemas por la ocupación humana y la degradación del suelo y las aguas, etc.), de los efectos manifiestos de la degradación de la naturaleza (elevación de las temperaturas y de las distancias entre los máximos y mínimos de temperatura, elevación de los niveles del mar, catástrofes climatológicas, escasez de agua en muchas zonas, desertificación, suelos contaminados, etc.), así como de la disminución de las fuentes tradicionales de materias primas (combustibles, minerales, maderas nobles, etc.), la Humanidad ya ha superado holgadamente estos límites y la naturaleza esta viendo reducida su capacidad de prestar sus servicios. Esto implica que no sólo habrá que reducir el impacto de la acción humana, sino dedicar recursos a la regeneración de la Naturaleza.

En segundo lugar, porque la gran transformación que impone el desarrollo sostenible exige de cambios radicales en los valores, en los hábitos y en las técnicas, lo que no puede hacerse de la noche a la mañana, exigiendo un largo periodo de aprendizaje para que sea cultural, económica y socialmente asumible. Sin olvidar que se trata de un proceso plagado de incertidumbre y que habrá que gestionar de forma flexible.

En tercer lugar, y con toda seguridad lo más importante, porque para ser eficiente y eficaz la estrategia de desarrollo sostenible debe ser discutida, negociada y asumida socialmente. Pero en la medida en que el problema ecológico actual es global, y las fuentes del mismo emanan de una actividad productiva y consuntiva en rápida expansión a nivel mundial y con algunos focos de proporciones descomunales, como China e India, la discusión, negociación y asunción del reto tendrá que llevarse a cabo en distintos planos espaciales: local, nacional y mundial.

Este último plano es fundamental pues no sólo los países emergentes están cogiendo el testigo del crecimiento de la producción y el consumo, y por tanto de la generación de más presión sobre la Biosfera, sino que para afrontar seriamente el problema ecológico habrá que considerar al mismo tiempo la prioridad actual de los países que no pertenecen al Primer Mundo: la satisfacción de las necesidades básicas y la elevación de los niveles y calidad de vida de sus habitantes. Esto supone hacer compatible su crecimiento económico con el respeto a unos límites naturales que los países desarrollados ya hemos sobrepasado. El problema, pues, consiste en crear un marco institucional de ámbito global que propicie al mismo tiempo el desarrollo de las capacidades y oportunidades de todos los ciudadanos del mundo y la disminución de la presión humana sobre la naturaleza. Sólo de esta forma es posible convocar a todos los países a asumir la racionalidad medioambiental en su práctica económica y al mismo tiempo controlar una de las principales fuerzas de la insostenibilidad del modelo socio-económico actual: el crecimiento demográfico.

4. El cambio social e institucional inteligente es la clave del desarrollo sostenible.

Desde esta nueva perspectiva la construcción del desarrollo sostenible ya no es únicamente una cuestión de ingeniería medioambiental, de producción y consumo limpio, sino de ingeniería social, de gestación del contrato social de la comunidad mundial susceptible de garantizar la producción y el consumo limpio de todos y para todos. Para ello el principio de solidaridad es tan importante como el de sostenibilidad.

Pero llevar a cabo este complejo proceso de concertación y de aplicación de los principios de sostenibilidad y de solidaridad lleva tiempo porque requiere de un cambio radical en la visión del mundo y en las instituciones internacionales; un camino este último escabroso y plagado de obstáculos generados por la diversidad de intereses en juego, las grandes divergencias culturales, la diversidad de sistemas políticos y la desconfianza derivada de la experiencia y los agravios históricos. Pero es un proceso que cuenta con el apoyo de la creciente comunicación e interdependencias que la globalización económica conlleva y los cauces y experiencia de concertación definida por las instituciones económicas internacionales. Ir en esa dirección no sólo significaría avanzar hacia una globalización más equilibrada, sino hacer de ella el sostén de una sociedad global más justa en lo social y más sostenible en lo ecológico. Desde esta perspectiva la globalización ya no podría verse como un peligro, sino como una gran oportunidad para la humanidad.

En suma, la transición hacia una economía ecológicamente sostenible constituye un proceso que habrá que hacer de forma progresiva, en distintos frentes (cultural, social, económico, tecnológico, local, nacional, global), con flexibilidad y haciendo compatibles múltiples objetivos, lo que exigirá mucho tiempo, esfuerzo, inteligencia, tolerancia, responsabilidad y solidaridad. Pero si queremos evitar lo que la comunidad científica, de forma cada vez más unánime, prevé puede ser un mundo con creciente probabilidad de sufrir catástrofes naturales hasta ahora inéditas, de consecuencias económicas, sociales y humanas desconocidas y traumáticas, habrá que empezar a actuar con más decisión de la que se ha dado hasta ahora. Y este es el reto que tenemos todos ante nosotros, pero no de forma aislada, sino concertadamente; y para concertar es necesario organizar, y en el ámbito social esa es la responsabilidad de las instituciones con el concurso de las empresas, organizaciones sociales y ciudadanos, máxime cuando es un cambio en el orden internacional el que está en juego.

En este camino deseable hacia una economía ecológicamente más sostenible, una sociedad más equilibrada y un mundo menos incierto, las empresas pueden hacer mucho si la sociedad crea el marco apropiado. Al igual que ocurre con el transporte privado, que tiende a funcionar bien y de forma eficiente cuando hay buenas infraestructuras, así ocurrirá con el compromiso empresarial con el desarrollo sostenible y la eco-innovación cuando el marco institucional y la sociedad lo conviertan en su principal punto de referencia. En este contexto las empresas no verán la gestión medioambiental y la eco-innovación como una carga, sino como una oportunidad para generar ventajas competitivas.

El problema lo tenemos en el momento presente en el que, como ocurre con cualquier punto de inflexión, el sistema institucional y los gustos y preferencias del mercado procedentes del pasado siguen presentes y el cuadro que apuesta por el desarrollo sostenible no acaba de estar perfilado con claridad, con la excepción de los países más avanzados medioambientalmente, como son los del norte y centro de Europa, que van por delante. En este ambiente brumoso no se puede esperar que la mayor parte de las empresas hagan de la eco-eficiencia una guía fundamental de su estrategia y funcionamiento, máxime cuando el horizonte temporal de las empresas no suele sobrepasar los tres años.

5. La desigualdad empresarial frente al reto de la sostenibilidad.

El comportamiento empresarial tiende a ser muy dispar, tanto por razones objetivas como por motivos subjetivos. En igualdad de condiciones, según cual sea el espectro de objetivos que oriente la estrategia empresarial, así será la dimensión social y ecológica de su trayectoria. Aquellas empresas en las que la reputación económica y social es un objetivo significativo mostraran un mayor compromiso con la sostenibilidad medioambiental, haciendo de los intereses de la comunidad, además de los de los clientes y accionistas, un referente de su estrategia. Hasta que punto llegue este compromiso dependerá de la evolución del entorno institucional, social, mercadológico y tecnológico y los costes o beneficios que conlleve asumir aquel.

Las empresas más avezadas y con estrategias a largo plazo, innovadoras, que persiguen el liderazgo y que tienen presencia en espacios institucional y mercadológicamente más sensibles medioambientalmente, están apostando ya claramente por la sostenibilidad, que en el caso de las empresas supone avanzar en la introducción de tecnologías más limpias, producir productos menos contaminantes y posicionarse en nichos de mercado mas sensibles al medio ambiente. Es más, estas empresas han creado el Consejo Mundial de Empresas por el Desarrollo Sostenible, cuyo objeto es promover la cultura de la sostenibilidad en el mundo empresarial, influir en los gobiernos en esta dirección y desarrollar herramientas para medir el avance en la eco-eficiencia (indicadores de eco-eficiencia) y comunicar los logros medioambientales de las empresas (memorias de sostenibilidad), así como guías de buen gobierno y difusión de buenas prácticas.

En España funciona el Foro Empresa y Desarrollo Sostenible, que ha elaborado y promueve el Código de Gobierno para la Empresa Sostenible, cuya finalidad es influir en los consejos de administración con objeto de integrar los factores económicos, medioambientales y sociales en la gestión empresarial. Empresas de muy diferentes sectores, como Iberdrola, Eroski, Gas Natural, Ercros o la Caixa, entre otras sesenta organizaciones, forman parte del Consejo Rector del Código de Desarrollo Sostenible. Además del objetivo reputación, lo que los defensores del Código enfatizan es que la estrategia empresarial informada por el principio de sostenibilidad, que introduce de forma progresiva y medida las tecnologías más limpias, contribuye a la mejora de los beneficios, disminuye el riesgo en que incurre la empresa y permite desarrollar competencias que ayudan a su diferenciación. Pero si bien esta es la tendencia que apuntan los lideres empresariales, su rápida universalización sólo será posible si el entorno (institucional, social y mercadológico) crea incentivos para que las empresas, de forma espontánea, hagan coincidir los intereses de sus propietarios y de sus clientes con los de la comunidad como un todo.

En la actual situación no todas las empresas tienen las mismas oportunidades de estar informadas o acceder a la mejor tecnología económicamente viable, ni todos los sectores se rigen por los mismos parámetros de competencia o se benefician del mismo nivel de desarrollo de las tecnologías más limpias. Las pequeñas empresas tienen más dificultades para acceder a estas tecnologías, y actividades como las mineras, cementeras o siderúrgicas, con un producto muy estandarizado, procesos muy contaminantes y sometidas a una fuerte competencia externa con dumping medioambiental de países emergentes, tienen pocas opciones de apostar por la producción limpia. Su alternativa es cumplir estrictamente la ley, presionar a las instituciones para que esta suponga el menos coste posible o cerrar y desplazarse a países con un entorno más permisivo.

En contraposición a las anteriores, las empresas de cierto tamaño especializadas en actividades con un moderado impacto medioambiental, como la electrónica, el material de oficina, o el calzado y mueble, cuando sus mercados son medioambientalmente sensibles, encontraran ventajas económicas y de imagen en apostar por un desarrollo relativamente poco costoso de la producción limpia, yendo más allá de lo que la ley exige. Lo mismo ocurre con actividades no sometidas a la competencia externa, como la distribución o el comercio especializado, de bajo impacto ambiental, o la energía, la construcción o la tintorería, de alto impacto ambiental, siempre y cuando el grado de sensibilización medioambiental de la población lo incentive. En estos sectores no sólo se saca partido de la imagen limpia y la generación y venta de servicios ecológicos, sino que el desarrollo del eco-diseño y la introducción de buenas prácticas poco costosas tienden a derivar en importantes ahorros de materiales de alto precio, con el consiguiente beneficio.

Lo que acaba de decirse pone de manifiesto que existen oportunidades de conseguir interesantes avances en la eficiencia medioambiental de las empresas, que en muchos casos se traduce en ventajas económicas a medio plazo, pero que ni todas las empresas están en condiciones de aprovecharse de estas oportunidades sin estímulos y soporte externo, ni en todos los sectores es posible conseguir ventajas de la producción limpia sin cambios en el entorno que eviten el dumping ambiental o apoyos públicos que contrarresten a medio plazo la desventaja de la inmadurez tecnológica. No debemos olvidar, por ejemplo, que si la energía fotovoltaica se está desarrollando ahora en nuestro país es gracias a las primas de las que se beneficia su precio, por imperativo legal, frente a otras fuentes. Y actuar así no supone necesariamente falsear la competencia, pues la energía generada con combustibles fósiles no internaliza en su precio los costes medioambientales que genera, y que permiten venderla a un precio por debajo del coste real.

Esto quiere decir que se pueden lograr avances considerables en materia medioambiental mediante políticas que obliguen, de manera inteligente (con el tiempo y la forma que eviten shocks desestabilizadores de la economía, que pondrían en peligro la continuidad de la propia política), a trasladar al precio el coste real de la producción. Pero mientras esto no se haga resulta cínico pedir a las empresas una contribución desproporcionada y contra natura a la sostenibilidad del sistema económico. Pero lo más importante, en aras a la eficacia y la justicia, es tener muy presente que la responsabilidad y el reto son sociales y que la política pública debe tener en cuenta la situación de desigualdad en que se encuentran las empresas para entrar en la senda de la sostenibilidad y actuar en consecuencia mediante medidas compensatorias de dicha disparidad.

6. las tendencias que aconsejan un cambio empresarial.

Pero una cosa que debemos de tener muy en cuenta los empresarios es que las tendencias medioambientales, sociales y políticas dominantes en el mundo occidental, así como la creciente escasez de materias primas que el mercado traduce en el crecimiento de los precios de dichos bienes, están gestando un cambio irreversible en el entorno institucional, social y mercadológico que hace del compromiso empresarial con la sostenibilidad una fuente cada vez más importante de ventajas competitivas.

Cualquiera que siga la evolución de la política medioambiental de la Unión Europea, Japón e incluso Estados Unidos, se percata de que los cambios que se avecinan en la legislación del mundo occidental van a ser muy importantes. Cambios que también se están produciendo en los países emergentes, como China aunque no al mismo nivel ni ritmo, y que se verán reforzados por los compromisos internacionales y la presión social a impulsos de unas amenazas ecológicas cada vez más visibles y preocupantes. En paralelo a la dinámica legislativa, el creciente control y presión administrativa y judicial están elevando los riegos y costes de la estrategia y la gestión empresarial poco sensible a los impactos medioambientales de la producción y el consumo. Este proceso tenderá a acelerarse en los próximos años, de forma que invertir e innovar en gestión y tecnología limpia será cada vez más rentable para las empresas, especialmente las más contaminantes.

La sensibilidad medioambiental de la población está creciendo rápidamente, como demuestran las encuestas de opinión, y tenderá a acelerarse en el futuro ante las crecientes manifestaciones de desequilibrios medioambientales, las acciones de sensibilización pública, tanto local como nacional e internacional, y la creciente importancia de las cuestiones medioambientales en la educación de los más jóvenes, que serán los clientes y los actores sociales de mañana. Esto no sólo refuerza el eco e influencia de las organizaciones ecologistas y acrecienta el peso de la política medioambiental en la agenda pública, sino que incidirá en los gustos y preferencias, y por tanto en las coordenadas del mercado. El control social y la presión del mercado obligarán a las empresas a adaptarse si no quieren incurrir en crecientes costes y rechazo social y perder ventajas competitivas frente a las más sensibles.

Por último, pero no menos importante, el encarecimiento de la energía y las materias primas a causa de la creciente escasez, y de los materiales contaminantes como consecuencia de una política medioambiental más rigurosa, favorece el desarrollo de la tecnología más limpia y los avances en la ecoeficiencia. Como en todo proceso de cambio de tecnológico, la ventaja la consiguen los que van por delante, que aprenden más pronto no sólo a utilizar las nuevas técnicas, sino a desarrollarlas y conseguir una ventaja de aprendizaje. En consecuencia, las empresas que vayan por delante tienen la oportunidad de posicionarse ventajosamente en el medio y largo plazo sobre las más rezagadas, ganando ventajas competitivas de índole tecnológica, así como diversificar su producto mediante la detección de nuevos bienes y servicios con futuro en un medio cambiante, como el que conlleva una transformación tecnológica…

7. Potenciales beneficios económicos de ser empresa más limpia.

Hay algunas medias verdades que es importante denunciar. La primera es que las tecnologías más limpias son más costosas que las tradicionales. Esto supone meter en el mismo saco a todas las buenas prácticas y tecnologías, cualquiera que sea su contenido y grado de desarrollo, así como el compromiso adquirido. En este momento existen técnicas y prácticas que ahorran energía y minimizan los residuos y desperdicios de materiales costosos que suponen una modesta inversión amortizable en poco tiempo con el ahorro conseguido. Empresas como 3M, por ejemplo, vienen consiguiendo beneficios adicionales de varios millones de dólares anuales desde hace más de quince años gracias a las mejoras en materia medioambiental. En estos casos lo importante es que la empresa este informada de la alternativa y tenga voluntad de aplicarla. Las empresas que introducen sistemas de gestión medioambiental están en mejor disposición que las otras para acceder a estas mejoras ecológicas y económicas. E introducir un sistema de gestión medioambiental, al igual que ocurre con el de la calidad, no requiere inversiones importantes, sólo tiempo y aprendizaje.

Existen, sin embargo, tecnologías que requieren inversiones más importantes y más tiempo para alcanzar un nivel aceptable de eficacia. En estos casos la responsabilidad por el avance tecnológico no puede estar sólo en manos de las empresas, siendo fundamental la acción pública, como está ocurriendo con el desarrollo y empleo de los biocarburantes en España. La exención fiscal de estos carburantes hasta el año 2010 y la obligación de que la gasolina y el diesel contengan un determinado porcentaje de biocarburantes, no sólo está disparando la inversión en la producción de estos nuevos productos, sino acelerando las mejora en la producción y prestaciones de estos recursos. También está influyendo en la producción automovilística mediante la creación del coche flexible y los coches híbridos. De lo que se trata, en suma, es de hacer compatible, mediante actuaciones institucionales, la competitividad y la mejora en las prestaciones medioambientales de la producción y el consumo.

Esto cuestiona otra media verdad, de carácter contrario a la anterior, de que cambiar la legislación resuelve el problema. Sin una buena comunicación de las medidas legislativas, tiempos de adaptación ajustados a la realidad empresarial, lo que implica progresividad en la aplicación, apoyo informativo, técnico y económico, que compense la falta de experiencia y el efecto a medio plazo sobre la competitividad de la introducción de nuevas prácticas y técnicas, el resultado puede ser perdidas económicas que alimenten el rechazo al desarrollo sostenible. La negociación y los acuerdos voluntarios, con tradición en algunos sectores altamente contaminantes, como el químico, son mucho más eficaces y eficientes que las acciones administrativas llevadas a cabo de forma precipitada y sin conocimiento de la realidad del receptor, de la tecnología que hay que desarrollar y de las consecuencias económicas de su implantación.

El problema, pues, no está en la legislación medioambiental, que para muchos constituye una traba a la competitividad de las empresas, sino en su efectiva implantación. Esta es, por tanto, otra media verdad que hay que descartar, pidiendo sensatez e inteligencia en la aplicación de la norma y voluntad constructiva de desarrollarla de forma eficiente y eficaz.

Los empresarios necesitamos también tomar conciencia de algunas cuestiones relacionadas con una buena gestión medioambiental, derivada del compromiso inteligente con la sostenibilidad. La primera es que los residuos, al igual que los defectos sistemáticos, son un síntoma claro de ineficiencia productiva y representan una perdida de recursos. Minimizarlos no sólo es ambientalmente bueno, sino económica y culturalmente saludable para la empresa.

La segunda cuestión es que el coste de la gestión medioambiental depende del procedimiento utilizado. Es costoso el control al final de tubo, porque al mismo tiempo que se genera el residuo hay que tratarlo para volverlo inocuo. Por el contrario, será beneficioso si se actúa en el origen del problema, buscando minimizar el residuo, lo que no sólo supone un ahorro de materiales, sino una disminución del coste de tratamiento de los residuos finales. A medio y largo plazo esta estrategia resulta beneficiosa porque no sólo comporta un ahorro, sino la oportunidad de ir mejorando continuamente en el ahorro y disminuyendo el coste del nuevo procedimiento por aprendizaje. Desarrollar una trayectoria de innovación que desde la eliminación de las actuales ineficiencias del proceso de producción avance hacia un cambio en el diseño del producto y del proceso que permita seguir minimizando los residuos y los impactos, recuperando los materiales y llevando hacia la producción limpia, constituye la clave de la estrategia empresarial sustentada en el principio de sosteniblidad. Se trata, en suma, de llevar a sus últimas consecuencias la estrategia de calidad total, que tan buenos resultados económicos ha dado.

La tercera cuestión importante es que las tecnologías sucias están subvencionadas, porque la empresa no paga todo el coste que genera en forma de degradación medioambiental. Esto no sólo es una atentado a la competencia leal, sino un descuido que tarde o pronto se paga en forma de retraso en aprender a utilizar técnicas más limpias que las tendencias en marcha impondrán. Porque en el fondo el principal coste de las nuevas técnicas es el aprendizaje y cambio cultural que necesitan y que no se acortan a voluntad. Cuanto más tarde empecemos a aprender, más tardaremos en dominar las nuevas técnicas y más costosas resultaran si se introducen de forma precipitada y a empujones administrativos.

La producción sucia no sólo atenta contra el  entorno natural y la salud de las personas, tanto trabajadores como consumidores y la comunidad afectada por las emisiones a la atmósfera, el agua o el suelo, sino también al propio patrimonio de la empresa mediante la degradación de los activos, con la consiguiente desvalorización de los mismos, o un sobrecoste de mantenimiento. Hay que pensar sólo en que ensuciar supone tener que limpiar, y más cuanto más se ensucia. La contaminación generada por la actividad de la empresa ataca los inmuebles y bienes muebles de la empresa, acelerando su degradación natural, contamina el suelo, obligando a su descontaminación, y a las aguas subterráneas, inhabilitándolas para su uso posterior, al tiempo que afecta negativamente el atractivo del entorno de la empresa y el atractivo locacional del espacio, con el consiguiente efecto sobre el precio de venta del patrimonio inmobiliario.

En un contexto de creciente control público y social y tendencia a la traslación a los costes empresariales de los impactos medioambientales de las empresas, invertir en tecnología limpia resulta cada vez más conveniente económicamente. En primer lugar porque con ellas se reducen los residuos y sus costes de gestión, crecientes en términos económicos, de preocupación y de valoración social. En segundo termino porque se reduce el uso de materiales y energía, con el ahorro consiguiente. En tercer lugar, porque las tecnologías y procesos más limpios propician, vía recuperación y reciclaje, la reutilización de los componentes y materiales de los residuos, disminuyendo estos y los costes de tratamiento (ej.: menos energía). La reutilización y el reciclaje pueden facilitarse, reduciendo su costes de reprocesamiento, mediante cambios en el diseño del producto y el proceso (como está ocurriendo en la industria automovilística a instancias de la normativa europea sobre recuperación del 95% de los materiales del automóvil).  Aspectos estos que constituyen la componente fundamental de la trayectoria hacia las tecnologías limpias.

La apuesta por la gestión medioambiental y la inversión en tecnologías limpias y buenas prácticas medioambientales tiene otras consecuencias directas sobre los costes económicos y relacionales de las empresas, al disminuir riesgos, lo que supone menos primas de seguros y menos dificultades y costes de financiación empresarial, así como mejor imagen y relaciones con el entorno comunitario y social. Tanto las compañías de seguros como la banca están poniendo una creciente atención sobre estos riesgos, ya que las consecuencias económicas para ellas aumentan conforme la legislación, la administración y los tribunales son más sensibles a los efectos medioambientales de la actividad económica. Esto hace que las primas de seguros y la dificultad de conseguir créditos a interés razonable se acrecienten. Sin olvidar las consecuencias penales que para los directores tienen determinados comportamientos tipificados como delito ecológico.

Para las empresas que cotizan en bolsa el compromiso con la sostenibilidad es también de suma importancia. No sólo porque existe un numero creciente de fondos que buscan invertir en las empresas más avanzadas medioambientalmente, sino porque están proliferando los grupos de accionistas comprometidos con el desarrollo sostenible que actúan como grupos de presión sobre sus consejos de administración, y, lo que es más importante, porque la mala imagen medioambiental cotiza negativamente en bolsa.

Desde la perspectiva de los mercados la responsabilidad medioambiental de la empresa es cada vez más importante, con los consiguientes efectos sobre la cifra de negocios. Por un lado, en las licitaciones de las administraciones públicas hay una clara tendencia a valorar cada vez más las certificaciones medioambientales y el compromiso empresarial con la sostenibilidad, incrementando con ello la probabilidad de conseguir contratos públicos.

Por otro lado, los sectores y empresas más sensibles medioambientalmente, las más dinámicas e innovadoras, exigen de sus proveedores, subcontratistas y concesionarios un compromiso con la sostenibilidad tan intenso como el que ellas asumen, con objeto de cumplir con las expectativas que despiertan entre sus clientes. El dar un giro en la estrategia empresarial a impulsos del principio de sostenibilidad eleva, pues, la probabilidad de ampliar mercados e integrarse en redes innovadoras de vanguardia.

Por último, pero no menos importante, muchas cadenas de distribución de los países más avanzados económica y medioambientalmente están apostando por los productos ambientalmente sensibles, vetando la entrada a los productores poco comprometidos con la eco-eficiencia.

Una importante consecuencia de la situación que acaba de exponerse respecto a los mercados, es que estamos en los inicios de un proceso que se acelerará en el futuro en las economías más desarrolladas del mundo, donde están también los principales mercados. Pero lejos de ser un problema para las empresas innovadoras, esto constituye una gran oportunidad para diferenciarse de los productores de los países emergentes y seguir manteniendo ventajas competitivas a pesar de sus menores costes salariales. No podemos olvidar, sin embargo, que el crear tales ventajas va a depender también de la evolución de la sensibilidad medioambiental de los ciudadanos (como consumidores y productores) y la inteligencia estratégica de los gobiernos, tanto nacionales como regionales y locales.

Para las empresas es también importante no olvidar los costes que supone una mala relación con la comunidad local o los gobiernos a causa de un defectuoso comportamiento medioambiental. Conforme aumente la sensibilidad y compromiso social y público con el desarrollo sostenible, los costes y beneficios de las tecnologías adquirirán creciente importancia en la cuenta de resultados relacionales de la empresa.

Seria bueno, a la luz de cuanto se viene diciendo, que los empresarios y ciudadanos aplicásemos la regla racional de cálculo que compara las tecnologías alternativas en función no del coste de inversión sino del valor actualizado del flujo de costes y beneficios de cada opción. Desde el punto de vista de la competitividad es esta regla la que no engaña. Sin olvidar la importancia económica del efecto aprendizaje y las ventajas del cambio progresivo y sin sobresaltos.

8. Las PYMES frente al reto medioambiental.

En los sistemas de pequeñas y medianas empresas surgen algunos problemas para la adaptación empresarial al reto de la eco-eficiencia que no pueden pasarse por alto si se quiere evitar, cara al futuro, el doble problema del impacto medioambiental y la perdida de competitividad. A este respecto la actuación compensatoria de los poderes públicos resulta fundamental.

El primer problema importante reside en la insuficiencia de personal formado, la dificultad económica de contratar a personal especializado y rentabilizar inversiones en I+D, así como la falta de tiempo e información por parte de los empresarios, responsables de tantas tareas (dirección, financiación, comercialización, producción…) que no les queda tiempo para ocuparse de una nueva cuestión: la gestión ambiental y la eco-innovación.

Para muchas pequeñas y medianas empresas el medio y largo plazo está muy lejos, y el corto ocupa todo el tiempo del empresario, lo que hace lógico considerar molestias a las cuestiones medioambientales. Sin olvidar que por el pequeño tamaño de la empresa se tiene tendencia a considerar irrelevante el impacto medioambiental que pueda generarse. Esta actitud se refuerza cuando la empresa convive con otras pequeñas que están en idéntica situación, lo que incrementa la inercia y la resistencia al cambio.

Los costes de información y la gestión de residuos son mayores en términos relativos para estas pequeñas empresas, lo que incrementa la resistencia en ausencia de servicios especializados de apoyo que cubran ese flanco. Aquí los órganos gestores de los polígonos industriales, así como los institutos tecnológicos, las federaciones y las empresas de servicios pueden desarrollar una importante labor.

Las pequeñas empresas productivas no tienen, por otro lado, la oportunidad de las grandes de desarrollar tecnología y servicios que puedan después rentabilizar abriendo nuevos frentes de negocio. Por su tamaño van a depender de proveedores en mercados poco desarrollados y transparentes en relación con productos y servicios de los que no siempre identifican el valor que aportan.

9. Factores que favorecen la relación positiva entre sostenibilidad y competitividad.

Aunque las empresas pueden hacer mucho por el desarrollo sostenible, este es un proceso que compromete a todos y cuyos principales catalizadores son la acción institucional y la sensibilización social. De ahí que los avances en estos planos con una estrategia inteligente que haga compatible en el corto y medio plazo la apuesta empresarial por las tecnologías limpias, en proceso de desarrollo, y la competitividad, resultan claves para avanzar en lo económico, social y medioambiental, que es la sustancia del desarrollo sostenible.

Una cultura empresarial innovadora, sectores en los que se puede sacar partido de la inversión pausada en tecnologías limpias, presencia de redes empresariales lideradas por empresas punteras y una tradición de colaboración estratégica entre los actores públicos y los privados, constituyen el ambiente por excelencia para hacer de la necesidad virtud. Necesidad de ser respetuosos con el medio ambiente y la comunidad, virtud de ganar en ventajas competitivas sostenibles en el nuevo escenario.

Desde el punto de vista económico es fundamental que las empresas asuman un horizonte temporal de medio y largo plazo, pues en caso contrario tiene poco sentido hablar de una apuesta tecnológica de largo plazo y de ventajas competitivas sostenibles. Pero sin un mercado que apueste claramente por la producción limpia y este dispuesto a valorar el impacto medioambiental de procesos y productos, tampoco es posible ir muy lejos. No menos importante es la transparencia, sustentada en un sistema de información eficaz de los procesos y productos (trazabilidad y vigilancia pública y social efectiva), para que los propósitos se hagan realidades limpias.

Contar con un colectivo empresarial comprometido con la calidad, bien dotado de sistemas de gestión de la calidad y orientados a la calidad total, así como una política pública incentivadora de las buenas prácticas y de la innovación, constituye otro pilar fundamental para tender el puente de la sosteniblidad competitiva. Sin olvidar que la formación de la mano de obra y el compromiso de los trabajadores y sindicatos es decisivo para afrontar seriamente el proceso de aprendizaje que la sostenibilidad y la asunción con todas sus consecuencias de la responsabilidad social corporativa exigen.

Por último, pero no menos importante, puesto que la sostenibilidad requiere de un nuevo sistema tecnológico que hay que ir desarrollando y ajustando a criterios económicos, la investigación y la innovación pautada constituyen fuerzas fundamentales para el éxito económico y medioambiental. La proximidad, por tanto, entre sistema productivo y sistema de I+D+i es de capital importancia, de ahí que los espacios con empresas más comprometidas con la I+D y con mayor experiencia de colaboración entre organizaciones productivas y centros de investigación, centros tecnológicos y centros de formación, estarán en mejores condiciones de afrontar el reto de la sostenibilidad y la competitividad.

Para hacer efectivo el principio de transparencia y convertir la apuesta por la sosteniblidad en un instrumento fundamental de creación de ventajas competitivas, los sistemas de información de la empresa deben cambiar. Por un lado introduciendo la variable medioambiental (costes y beneficios de las actuaciones con incidencia medioambiental) en la contabilidad empresarial. Por otro publicando de memorias de sostenibilidad que presenten, de forma rigurosa y contrastable, los compromisos y logros de la empresa en relación al medio ambiente y la comunidad.

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